Fragmento
Del Diario de Elizabeth Benton
Ayer tuvimos el placer de recibir una de las visitas periódicas de Baldwin. Si alguien disfruta su trabajo en este mundo loco es este ingeniero singular que tiene a su cargo el trazado de laruta. En el fondo es un verdadero misántropo, que goza de su soledad descubriendo lugares nuevos. John y yo nos divertimos mucho con sus pintorescas y originales descripciones de los paisajes, de la naturaleza y de las gentes. Baldwin es un observador minucioso y un narrador nato que cuando quiere ser más preciso nos lee de un cuaderno de tapas duras que lleva siempre consigo para anotar todo lo que llama su atención. Estuvo especialmente elocuente cuando nos relató anécdotas de las excentricidades que ha despertado la fiebre del oro. Contó la llegada de veinte camellos que algún chiflado tuvo la ocurrencia de traer de los desiertos de Arabia para reemplazar a las mulas. «Lo veía y no lo podía creer. ¡Camellos en el istmo! Las pobres bestias duraron menos de un mes. A los que no se desbarrancaron se les pudrieron las pezuñas, que, acostumbradas a la arena seca y ardiente, no soportaron la humedad del trópico.» Habló también de su encuentro con otro empresario que hizo traer a Panamá dos toneladas de hielo. «Lo envolvió en sacos con sal, lo embarcó en Boston y a los tres meses, después de atravesar el cabo de Hornos, lo recibió en Panamá. ¡Se imaginan la novedad y el escándalo! Me asegura que hizo buen negocio pues aunque durante la travesía casi la mitad se le convirtió en agua, con el resto obtuvo una buena ganancia vendiéndolo a cantinas, hoteles y casas de juego que pagaban lo que fuera por brindar hielo a sus asombrados clientes.» Pero los relatos que más disfrutamos son los que hace nuestro amigo de las estaciones por las que va avanzando la línea del ferrocarril. Entusiasmado, nos hace revivir con él cada paso que da: sus dificultades para romper la barrera de la manigua; o para encontrar un camino que bordee las profundas cañadas en las que abundan los reptiles y las fieras; o para determinar los sitios más adecuados donde cruzar los muchos ríos y riachuelos que corren a fundirse en el Chagres antes de desembocar en el Atlántico. Los nombres de los lugares por los que va tendiendo la ruta los recoge de boca de los nativos que no saben cuándo ni cómo se originaron: Lion Hill, Ahorca Lagarto, Bohío Soldado, Frijoles, Tabernilla, Barbacoa, extrañas denominaciones que Baldwin va anotando sobre el mapa para luego ensartarlas en una línea dentada que representa la ruta que algún día recorrerá el ferrocarril. Con el dedo índice sobre el mapa señala el recorrido, se detiene en Barbacoa y dice gravemente: «Llegar hasta este punto no será mayor problema, sobre todo después de las dificultades de Manzanillo y el Pantano Negro. Pero aquí, en Barbacoa, debemos atravesar el Chagres, lo que nos obliga a construir un puente de más de seiscientos pies de largo. Ése será nuestro próximo gran desafío.»
Si bien su versión detallada de los avances de la ruta resulta apasionante, donde Baldwin se revela como un verdadero poeta es en las descripciones de la naturaleza que extrae de las notas de su cuaderno. Oyéndolo es fácil imaginarse los pájaros de pico descomunal, vívidos colores y vuelo torpe que los nativos llaman tucanes; los enormes árboles de tronco desnudo coronado por un penacho de hojas muy verdes que llevan el nombre de Panamá; la gran variedad de mariposas que pintan el aire con colores y matices nunca vistos; los tapires, saínos, monos perezosos, osos hormigueros, cangrejos de tierra y otros extraños animales que el ingeniero descubre por primera vez y describe con maestría.
Concluida la visita, Baldwin guarda su cuaderno, se echa a la espalda la vieja mochila de cuero y se pierde de nuevo en la espesura. El cálido eco de su voz permanece vibrando entre nosotros y salpicando de notas alegres nuestras tertulias.
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El puente sobre el río Chagres estuvo listo dos semanas antes de la fecha señalada por Minor Story, gracias, en gran parte, a la eficacia de los coolies. En realidad era una armoniosa y sólida estructura que emergía de los terraplenes junto al cauce para ir ascendiendo en un arco elíptico hasta unirse a cinco metros del soporte final de la calzada. Unos días antes de la colocación de los últimos travesaños había llovido copiosamente y el río había crecido más de quince pies sin ninguna consecuencia. Durante los días precedentes a la apertura, Story probó la resistencia de su obra, primero con un carro de mano, luego con dos que partieron de las márgenes opuestas y se encontraron en la mitad, después con una locomotora y finalmente con un tren completo, que incluía cuatro vagones y dos plataformas. Para su gran satisfacción y orgullo, la estructura soportó la carga con apenas algunos quejidos característicos de la madera al expandirse.
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Una semana después de la inauguración del puente, el 9 de enero, amaneció lloviendo en Aspinwall. Al principio era apenas una llovizna leve, propia de la época, pero hacia el mediodía nubes oscuras y amenazantes que se aproximaban desde el Atlántico habían obligado a encender las bujías en las oficinas de la Panama Railroad. A las dos de la tarde ya llovía torrencialmente y a las siete de la noche el agua amenazaba con sobrepasar los zancos sobre los que se levantaban los edificios de Aspinwall. Acompañado por Totten, y con el agua arriba de las rodillas, Stephens recorrió el camino hasta la estación y ordenó la suspensión del servicio de trenes hasta tanto cesaran las lluvias. No transcurrió mucho tiempo antes de que Story se presentara en la oficina a reclamar airadamente a Totten la decisión tomada.
– La orden no fue del coronel sino mía –dijo Stephens, esforzándose para mantener la calma-. Se trata de una precaución necesaria para proteger los bienes del ferrocarril y la vida de los pasajeros.
– Le recuerdo que el encargado de las obras soy yo –reclamó Story.
– Así es, ingeniero, usted tiene la responsabilidad de la construcción de la vía pero el responsable de la marcha de la empresa, incluyendo la circulación de los trenes, soy yo.
Stephens se levantó como para dar más énfasis a sus palabras. -Ningún tren saldrá hasta que no deje de llover.
Una chispa de rabia fulguró en los ojos de Story.
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Juan David Morgan utiliza recursos como testimonios, cartas, informes, bitácoras y diarios para darle humanidad a su obra y evita así ser lineal en contar historias de sacrificio, amor y solidaridad.”