Fragmento
ACTO I
ACUSADOR: (Se detiene en el centro del proscenio. Al público) Señoras y señores: desde el momento en que entraron en esta sala, se les considera miembros del Jurado que ha de dictar fallo en el juicio al ingeniero Jean Philippe Bunau-Varilla. Por supuesto, no tienen obligación de aceptar el cargo; bien pueden, si así lo desean, conformarse con ver pasar la Historia sin intervenir en ella. Ustedes deciden. Yo soy el Acusador, y…… me limitaré a exponer los cargos, que pienso serán más que suficientes para conseguir de ustedes un veredicto de culpabilidad. El azar me colocó dentro de esta toga. Quiero que ustedes se pongan en mi lugar y acepten los argumentos que condenan a Bunau-Varilla. Los panameños debemos reconocer su culpabilidad para poder librarnos de ese vago sentimiento de vergüenza que nos amarga cuando repasamos las condiciones en que nació la República. Bunau-Varilla debe cargar con ese pecado original. (Tras breve pausa, condescendiente) Como en todo juicio, habrá dos versiones contrarias respecto a lo que se juzga. Yo no podría existir sin la parte contraria, esa otra voz que tratará de explicar lo inexplicable y a quien, a pesar de todo, tengo el gusto de presentar (con gesto ceremonioso): mi compatriota, mi adversario, mi amigo: el Defensor.
(El DEFENSOR entra por la derecha. Es un hombre joven, de maneras desenfadadas y tono coloquial. Lo ilumina una perseguidora. Igual que el ACUSADOR viste toga y lleva consigo un puñado de papeles. Se encuentran en medio del proscenio. (Se saludan estrechando manos)
DEFENSOR: (Al público) Señoras y señores: Sin rodeos les diré que si yo no estuviese seguro de la inocencia de mi cliente, no hubiese aceptado el caso. Confío en que, al final de los alegatos, estarán de acuerdo conmigo. No podemos crucificar a un hombre en aras de nuestra tranquilidad moral, o para tener una historia honorable que recitar a nuestros hijos. Es verdad que crecí con un sentimiento de rechazo a la figura de Bunau-Varilla, ahora, tras haber estudiado a fondo la letra menuda que escapa a los cortos de vista, y después de revolver la olla de ese magnífico sancocho que fue nuestra separación de Colombia, y conocer el papel vital que jugó en ella ese señor, mis sentimientos han cambiado radicalmente. Ardo en deseos de dar una respuesta a cada una de las acusaciones que lancen contra mi defendido… Dicho lo cual, estoy listo para dar comienzo al juicio.
ACUSADOR: De acuerdo. ¡Que se abra el telón!
AL ABRIRSE EL TELÓN: La sala del juicio, bien iluminada. A foro, a la derecha,se encuentra de pie el ya conocido UJIER. Tanto el DEFENSOR como el ACUSADOR se dirigen a sus respectivas mesas, donde se sientan a revisar papeles.
UJIER: ¡De pie todos! (Se ponen de pie) Su Señoría, la jueza suprema de los actos de nuestros hombres y mujeres: La Historia Panameña. (Los abogados se paran. Por la derecha entra la HISTORIA. Viste una túnica blanca con ribetes azules. Es una mujer de mediana edad, guapa y severa. Se dirige a su sillón)
HISTORIA: (Toma asiento. Da un golpe de mazo) Pueden sentarse… (se aclara la garganta. Directamente al público) Lo primero que dejaré claro es que la participación de los testigos en este juicio corre estrictamente por mi cuenta, por lo tanto dejaremos a un lado los procedimientos convencionales. Llamaré a los testigos en orden cronológico y los pondré a disposición del Acusador o el Defensor. Exigiré a los que pasen por este estrado una autopresentación. Aunque los abogados aquí presentes y yo tenemos una idea de quiénes son, será bueno saber quién cree ser cada uno y me interesa que lo digan delante de ustedes. Empezaré dando el ejemplo. Les diré quién soy y cómo me veo. (Se pone de pie y ordena:) ¡Más luces! ¡Que me vean bien! (Dos reflectores se encienden sobre ella. Se mueve a ambos lados del escritorio como una modelo. Se detiene. Apoyada en el escritorio con ambas manos, habla con vehemencia) ¡Yo soy la Historia! La Historia Panameña. Cada país tiene la suya, o mejor dicho, las suyas. Debo agregar, para desechar cualquier sueño de infalibilidad –el más ordinario de los defectos humanos–, que dentro de cada país hay varias historias, tan dignas o mojigatas y tan veraces o legendarias, como los que las escribieron. En el presente caso me han convocado a mí, una de las tantas Historias Políticas de Panamá, para presidir un juicio que nuestro país le dio largas por mucho tiempo. Me presento como una tabula rasa. Reconozco que mi cuerpo y mi espíritu no son otra cosa que legajos, pero existo…… Y les diré algo: de este juicio espero salir aún más poderosa. (Se sienta. Con voz pausada)¡Que se presente el acusado!
admin –
Excelente Libro