Fragmento
—¿Sería justo decir —preguntó el Papa— que la de Balboa fue la primera elección popular llevada a cabo en el nuevo mundo?
—Con seguridad fue el primer cabildo abierto y el primer consejo elegido popularmente en tierra firme, pero debo aclarar que desconozco lo ocurrido en los territorios insulares a los que primero arribó Colón.
—Y también fue Balboa el primer alcalde electo por el pueblo y ratificado posteriormente por el monarca; el primer político, si se quiere —remarcó León X, con cierto sarcasmo.
—No lo había visto de esa manera, pero Vuestra Santidad tiene razón. Debo aseguraros, sin embargo, que la política había surgido en el Nuevo Mundo desde el momento mismo del descubrimiento.
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—¡Cuánta guerra, Pedro! —exclamó el Papa—. No recordaba que Balboa hubiese tenido que combatir tanto a los aborígenes del Darién. Más bien creía recordar de vuestras epístolas que su gran virtud había consistido en convivir en paz con ellos,
—Ambas afirmaciones son ciertas, Vuestra Santidad. Como expliqué antes, el método de Vasco Núñez consistía en demostrar primero superioridad militar para después pactar y forjar alianzas. Pero combates hubo y muy cruentos, en los que se perdieron muchas vidas españolas.
—Y de los naturales —remarcó León X.
—Sí, las de los aborígenes fueron muchas más, a pesar de que se afirma que entre todos los conquistadores fue el descubridor de la Mar del Sur quien mejor trato les dispensó.
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La mañana siguiente, con la salida del sol, reemprendieron la marcha, siempre un hombre detrás de otro. A cada paso el ascenso se tornaba más arduo por lo escarpado y empinado del terreno y, cerca del mediodía, según anotó el escribano Valderrábano en su sumario, los guías de Torecha se detuvieron para indicarle a Vasco Núñez que desde la pequeña cúspide que se alzaba frente a ellos, a escasos doscientos pasos, se podía divisar el gran mar que buscaban. Vasco Núñez pidió a sus hombres que se detuvieran y continuó el ascenso solo. Cuando llegó a la cumbre, lo vieron detenerse y mirar hacia el horizonte antes de levantar los brazos al cielo, caer de rodillas e inclinar la cabeza en gesto de oración.
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Tras un merecido descanso, Vasco Núñez mandó a hacer los preparativos para consumar la posesión del nuevo mar y el 29 de septiembre, cuatro días después del descubrimiento, acompañado de veintitrés de sus hombres, inició la marcha hacia el golfo que él había denominado San Miguel, por ser ese el día que el santoral reconoce al Arcángel jefe de los ejércitos de Dios. Al final de la mañana, vistiendo sus mejores galas y portando un estandarte en el que figuraban de un lado la Virgen y el Niño y del otro el escudo de Castilla y de León, llegó finalmente Vasco Núñez a la orilla de su mar. Allí se encontró con una lama blanda y profunda que hacía muy dificultoso caminar hasta el lugar donde en ese momento llegaba la marea. Recordó entonces que el hermano de la cacica había comentado que el mar que buscaban iba y regresaba y decidió esperar con sus hombres junto a los árboles que, hasta donde alcanzaba la vista crecían a lo largo de la orilla. Al cabo de unas horas observaron cómo iba avanzando el mar hasta que las aguas alcanzaron las raíces de la arboleda. Vasco Núñez se colocó entonces el yelmo y la coraza, entró en el agua hasta la altura de las rodillas, el estandarte en una mano y su espada en la otra, y proclamó que tomaba posesión real de aquel mar y de todas sus costas en nombre de los reyes don Fernando y doña Juana para bien de la humanidad.
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En la segunda parte del libelo, se culpaba al adelantado, y ahora también a sus cómplices, del delito más grave: el de alta traición por rebelión y alzamiento contra el rey, representado en Castilla del Oro por su virrey, Pedro Arias de Ávila, dado que habían partido para una jornada o expedición por las costas de la Mar del Sur sin contar con autorización regia, ni licencia de su virrey y teniente general, a pesar de que ya estaba agotado, desde octubre de 1518, el tiempo que este último había concedido para la fabricación de los navíos, su botadura y zarpe. Esta última acusación involucraba el delito de lesa majestad, sancionado con la pena de muerte, y en ella se incluyeron como cómplices a Andrés de Valderrábano, Hernando de Argüello, Hernán Muñoz, Luis Botello, Andrés Garabito y al presbítero Rodrigo Pérez. Después de escuchar los cargos, Vasco Núñez y los demás acusados dieron explicaciones y proclamaron su inocencia, pero ese mismo día se dictó la sentencia de muerte por degollamiento y se negó a todos la apelación ante la Corona. El enjuiciamiento había tomado menos de una semana.
—Resulta difícil creer que así ocurriera, Pedro Mártir —dijo León X, negando con la cabeza—. ¡Cuánta crueldad!
admin –
Excelente Libro